Por Jorge Inzunza
Cuando vienes de América Latina, los golpes de estado son parte de tu visión de mundo. Yo nací tres años después del golpe de Pinochet en Chile. Por lo tanto, no conocí otra forma de gobierno hasta cuando tuve 15 años. Crecí en medio de desaparecidos, encendiendo velas en los apagones, escuchando los helicópteros militares dando vueltas en el cielo, y sintiendo las protestas en las calles. Estudié en una escuela en el centro de Santiago y muchas veces tuvimos que salir corriendo a tomar el metro, con las gargantas que nos picaban y los ojos llorosos. Si la estación del metro estaba cerrada, teníamos que caminar hasta un paradero de autobús alejado de la protesta para poder llegar a casa.
A mi generación la llaman la de “los hijos de la dictadura”. Aprendimos del miedo que sentían los maestros en la escuela y de los silencios ante las preguntas incómodas. Empecé a escribir allí. La ciencia ficción me llamó naturalmente. Recuerdo que mi primer cuento fue sobre una patrulla que recorría una ciudad en escombros buscando sobrevivientes. Los soldados de la patrulla escucharon hechizados el sonido de una radio encendida en uno de los edificios y luego el sonido fatal de una alarma que anunciaba el bombardeo inminente. No había escapatoria. En esa época oscura de la historia de Chile sabía muy poco sobre lo que estaba pasando en la dictadura. No obstante, mi escritura capturó esos miedos, ansiedades y terrores que habitaban mi ciudad.
El intento de golpe de estado en Estados Unidos de hace unos días está actuando como una fuerza centrífuga que ha monopolizado mis pensamientos y emociones. No puedo escribir o apenas azoto el teclado con un par de ideas. No puedo leer o jugar con mis hijos sin tener esa sensación de opresión. Es como si una coraza se hubiera activado sobre mi corazón y estuviera intentando contener un mar de palabras que no se revelan.
Escribir hoy se transforma en un diario de guerra, emulando a George Orwell. Para quienes vivimos dictaduras, a mi juicio, es una obligación la de denunciar, posicionarse, establecer puentes históricos y vitales con estos instantes de hoy. No es un momento para buscar neutralidad, asepsia y alienación, opciones imposibles y mezquinas. Escribimos para conectarnos con nuestros jóvenes lectores y sus familias, para conversar sobre el terror, la muerte y la tristeza, y ofrecer un camino para hacernos más fuertes.
El corazón está aquí y late.
