Niños

Por Jorge Inzunza

Hace unos años atrás, una de mis estudiantes de quinto año de primaria se acercó antes de comenzar las clases. Su rostro rozaba la angustia. Me miró a los ojos y me preguntó “maestro, ¿es verdad que habrá un tiroteo esta mañana?”. Yo la conocía bien. La muerte era parte de su vida a sus cortos 10 años de edad. Esa mañana los rumores andaban circulando en toda la escuela. Nuestro director ordenó que hiciéramos un confinamiento suave. Es decir, podíamos hacer nuestras clases de forma normal, pero teníamos que tener nuestras puertas con llave y no permitir que nadie fuese al baño.

¿Es normal que todos los días en Estados Unidos nuestras niñas y niños se tengan que preparar para posibles tiroteos como si fueran “desastres naturales” tal como los tornados o terremotos? ¿Es normal que se gasten horas de perfeccionamiento profesional de los docentes en prepararse para responder a tiroteos? ¿Es normal tener reuniones con la policía y que te digan que en realidad podrían entrar a la escuela a los pocos minutos de iniciado un tiroteo?  

Siempre existe ese segundo silencioso y privado en el que sientes miedo. Un miedo inconfesable que no puedes transmitir a tus estudiantes. Un miedo que delate lo frágil que es todo. Miedo a una amenaza etérea que se lleve a mis estudiantes, a mis colegas, a mí. Después piensas en tus hijos y en sus escuelas. Y como ellos ya en kindergarten están haciendo prácticas de confinamientos.

Educación es confianza. Es muchas cosas más, pero también es confianza. Las familias confían en que sus hijos serán respetados y queridos, que aprenderán y que crecerán como personas. Y lo hacen. Pero cuando estas cosas pasan, cuando alguien viola este espacio y desata una cacería, el espacio deja de ser el hogar del aprendizaje. Todo se transforma en una pesadilla.

No es solamente una escuela específica la que sufre el trauma. Son todas nuestras escuelas, todos nuestros niños y niñas, todos nuestros maestros y maestras, porque la escuela somos todos.

Y reina el silencio. Es el silencio de las autoridades, y digo silencio, porque cuando hablan y no hacen nada es como si callaran. Cuando no se hace nada, cuando no se aprende, se daña aún más la memoria de aquellos niños y niñas que murieron asesinados en los pasillos de sus escuelas. La pesadilla se ensaña contra aquellas familias que perdieron a sus pequeñitos, porque ni siquiera pueden decir que marcó un antes y un después en la historia del país.

No.

No es normal que esta noche mire a mis hijos, acaricie sus cabecitas y me ponga a llorar.

Fuente: The Washington Post

Published by Jorge

Psychologist, educational researcher, dual language teacher, PhD in Education, and writer of children books.

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